Guadalupe y Macarena: Dos devociones; un mismo sentimiento
N.H.D. Andrés Vázquez Duarte
Muchas
son las advocaciones de la Santísima Virgen María que, en una ciudad tan
mariana como la nuestra, comparten la veneración por aquella Madre que fue
capaz de sufrir y padecer, hasta el último instante, la tortura y la muerte de
su propio Hijo.
Pero
me van a permitir aquí que haga una breve referencia a la estrecha relación que
mantienen dos de esas advocaciones que, como extremeño de nacimiento y sevillano
de adopción, tienen para mí un especial significado: Ntra. Sra. de Guadalupe y
Mª Stma. de la Esperanza Macarena.
Y
es que no son pocos los lazos simbólicos que unen a la Reina de Extremadura (y
también de la Hispanidad) y a la Reina de Sevilla, el primero de los cuales es,
sin duda, la devoción universal que, por ambas imágenes, sienten personas de
todos los rincones del mundo, como lo muestran la gran cantidad de templos,
capillas, altares y hermandades que, en los cinco continentes, a ellas están dedicados.
Así,
más de sesenta ciudades por todo el mundo cuentan con altares dedicados a la
Esperanza Macarena: desde Nueva York hasta Mar del Plata; desde Manila hasta
Cracovia.

Esa
veneración es, asimismo, el origen último de otro rasgo que ambas advocaciones
comparten, su temprana coronación, motivada por el fervor que despiertan y han
despertado en todos sus fieles.
En
efecto, ya el 14 de marzo de 1913, la virgen de la Macarena era coronada por el
pueblo de Sevilla, aunque no sería hasta el 31 de mayo de 1964 cuando el
Vaticano concedió su coronación canónica; a su vez, el 12 de octubre de 1928,
la Virgen de Guadalupe fue coronada canónicamente por el Cardenal Segura.
En
otro orden de cosas, la Basílica de la Macarena de Sevilla y el cacereño Monasterio
de Guadalupe son dos de los principales templos marianos de España y, allende
los mares, la Basílica de Guadalupe de México es el templo católico más
visitado del mundo, sólo por detrás de la Basílica de San Pedro, en Roma,
aunque algunas fuentes incluso la sitúan en el primer lugar.
Pero
no acaban aquí las coincidencias. Cuando la Hermandad de la Macarena construyó
su Basílica, bendecida el 18 de marzo de 1949, la Junta de Gobierno quiso
agradecer públicamente la multitud de donativos que, procedentes de numerosos
pueblos sudamericanos, se recibieron para la construcción y embellecimiento del
nuevo templo, dedicando un altar a la Hispanidad, que se sitúa a los pies, en
los muros de la Epístola.
Por
si no fuera suficiente, el imponente paso de palio de la Esperanza, cuenta
también, a los pies de su peana, con una imagen de la virgen de Guadalupe y,
cada Madrugá, acompaña en su dolor a la Madre que va repartiendo Esperanza por
las calles de Sevilla.
Dicen
que el divino rostro de la Macarena tiene dos caras: una, que llora y pena, por
el dolor de perder al Hijo amado; la otra, que sonríe y se alegra por saber
que, en tan duro trance, su “hermana” de Guadalupe está acompañándola para que
no sufra sola la pena.
Y
para un extremeño sevillano (o un sevillano extremeño que, para el caso es lo
mismo), vestir la túnica de nazareno un viernes de Madrugá tiene un significado
muy especial: porque sabe que esa noche, en la soledad y anonimato de la
estación de penitencia, la compañía de Guadalupe y Macarena hará más llevadero
el cansancio, el dolor y el frío de la noche y dará sentido, un año más, a ese
sentimiento profundo e íntimo que sólo él es capaz de entender.
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